lunes, 26 de julio de 2010

Mi seísmo de magnitud 10 en la escala de Richter y Ángel Garó...

Ángel Garó.

Una noche, especial (y no sabía yo en aquél momento hasta qué punto lo era), en un restaurante de Madrid que recomiendo (La Sacristía), coincidí con Ángel Garó. Iba vestido de negro y cenaba discretamente con unos amigos. Me dí cuenta porque reconocí su risa.
Entre bocado y bocado de mi exquisio bacalao; entre sorbo y sorbo del delicioso vino, y entre miradas huidizas y empeños renovados, observé sus gestos y sus gracias... como queriendo evadirme del momento que vivía.
La verdad es que, mientras intentaba distraerme de mi propia realidad, yo notaba la locura del momento en el que mi vida me tenía atrapada... sí que lo sabía. Pero a la vez, no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Era y fue, una de las pocas cenas románticas que he tenido. Al menos, eso pretendí cuando hice la reserva...
Bebimos cava fresquito y charlamos con la dueña, una escultora reconocida llamada Alicia Huertas
Las cosas parecían normales pero no lo eran... todo estaba patas arriba, todo fuera de lugar, todo en estado caótico. No faltaron algunas risas, propias, no las de Ángel Garó; no faltaron las referencias a tiempos pasados... y tampoco faltaron los silencios.
Aquella noche, después de visto lo visto, podría definirse como el preludio de un gran terremoto. Porque, poco después, un seísmo de magnitud 10 en la escala de Richter casi me parte por la mitad...
Siento que Ángel Garó vaya asociado a mi vida desde aquél día, con recuerdos tan feos. Sobre todo, por lo mucho que me ha hecho sonreir...
Quiero volver a La Sacristía pero soy supersticiosa y, como los gatitos escaldados, huyo del agua fría. No creo que se me ocurra hacer otra reserva para pasar una velada romántica. Aunque ahora, creo que sí habría más motivos para hacerlo que aquél día.

Queralt.

viernes, 9 de julio de 2010

La noche que cené con Pepe Viyuela...


Hace algunos años, mi amigo Luís, tenía prevista una actuación benéfica para un proyecto solidario que ya no recuerdo... lo solía hacer en fiestas y eventos especiales. Él, se vestía de Charlot e, impecablemente caracterizado, parecía el mismísimo Charles Chaplin. Arropado por la música de Candilejas, se ponía en el centro del escenario y, con su sombrero y su bastón, y con la tristeza dibujada en su maquillada cara, se movía con la misma gracia y sencillez que lo hacía Charlot. Habitualmente le acompañaba su hija Sara, vestida con tutu y personificando la sensibilidad más delicada y volátil que pueda imaginarse. En la actuación, quedaba de manifiesto la tristeza del hombre maduro y el amor de la bailarina... como en Candilejas.
Sara, bailaba dulcemente alrededor de su padre bajo el foco de luz blanca... él, copiaba las muecas del personaje que representaba. Y lo hacía sin exagerar, comedido, como si de verdad sintiera lo que quería transmitirnos.
Cuando las notas dejaban de sonar, los gestos cesaban y los aplausos rompían el aire.
La vocación de Sara ha sido el baile pero dolorosas lesiones la apartaron de su gran sueño. Un sueño que su familia compartía con ella y, concretamente su padre, mi amigo Luís, durante años se pasó horas y horas esperándola cada tarde a las puertas de la escuela a la que iba, en el centro de Madrid. Y su madre, le ha cosido los vestidos más bonitos.
El día al que me quiero referir, era un día cualquiera en la vida de cualquier persona. La actuación estaba prevista en un famoso restaurante, antes o después de la cena, no lo recuerdo, pero Sara no podía actuar y nadie quería cancelarla así que, surgió la idea de que mi hija Nuria le acompañara pues, desde hacía años, también hacía ballet. No tuvieron tiempo para ensayar pero Luís tenía tanta energía que su entusiamo te contagiaba y, enseguida, confiabas en sus palabras y en su optimismo. Nuria se dejó llevar... y bailó con él... y, sin llegar a la compenetración que tenía con su hija, Luís consiguió con su cariño que Nuria transmitiera en su misma onda...
Los aplausos sonaron y llegó la calma.
Pepe Viyuela, comprometido también con las buenas causas, había estado junto a nosotros toda la noche, mostrándose amable y simpático. Saludó y felicitó a Luís y también a Nuria y, cuando mi hija le pidió un autógrafo, fue muy cariñoso con ella y la animó a seguir bailando.
La noche avanzó. No recuerdo lo que cenámos pero, después del café, nos fuimos a casa.
Nuria ya no baila, se quedó con unas zapatillas de punta sin estrenar... y Luís, ya no está... pero a ella le ha quedado esa emoción compartida, en el mismo centro de su corazón... lo sé, porque me lo ha dicho, y so sólo porque sea mi hija y la conozca.



Queralt.

Sobre las autorías:

La mayoría de las fotos que ilustran este blog las he recogido en la red y son anónimas pero, si alguien se siente vulnerado en la autoría de alguna de ellas, no tiene más que decirlo y serán suprimidas o, se hará constar el nombre de su autor.