domingo, 10 de enero de 2010

Isabel Sartorius.

Isabel Sartorius

Un día de verano de hace pocos años, con mucho calor y bastantes ganas de coger las de "villadiego", mis dos hijas y yo decidimos comer en El Corte Inglés y después hacer algunas compras. Mis ánimos no eran muy buenos, pero intentábamos pasarlo bien y hacer chistes de todo para reírnos lo más posible...
Como mi cabeza se movía alrededor de un mismo tema, nada agradable y muy estresante, acabé contagiandoles mi cabreo, inquietud, decepción y pesimismo. Durante un rato, sólo nos faltó pincharnos los ojos unas a otras... pero al fin me di cuenta de que, por más que me amargara en mi propia mierda, no conseguiría resolver aquello que me hacía sufrir. No, en aquél momento no y posiblemente, en ninguno. El tiempo lo diría.
¿Por qué el ser humano se complica la vida con tanta facilidad?
¿Por qué nos agarramos a las cosas y a las personas para no perder una seguridad que en realidad no lo es?
¿Por qué algunos nos sentimos tan apegados al cariño y a la lealtad?
¿Por qué los corazones no pueden respirar con frialdad?
¿Por qué nuestra piel necesita que le expresen suavidad?
Lo que llevamos dentro es todo lo que necesitamos para vivir en paz.
¿Por qué tardamos tanto tiempo en darnos cuenta?
No recuerdo lo que comimos, pero sí que la tarde fue más amable.
Llevábamos varias bolsas cada una de nosotras y ya estábamos cansadas de dar vueltas y subir y bajar escaleras mecánicas. Menos mal que allí dentro se estaba fresquita...
Para acabar con la excursión dentro de ese mundo que es El Corte Inglés de Castellana (para aquellos que no lo conozcan os diré que es el que está justo al lado del edificio Windsor , el que se quemó tan espectacularmente), nos fuimos a ver la ropa de hogar.
En ese momento, se me ocurrió mirar hacia mi derecha, quizás porque "algo" me llamó la atención. Y la vi. Juro que me quedé impactada. Mis hijas siguieron mi mirada y, cuando me dí cuenta, estaban tan embobadas como yo.
Una mujer guapa, muy alta, con buen tipo, rubia muy rubia, con una sonrisa preciosa. Bien vestida, por supuesto y, para colmo de mi siempre compañera discreción, nos vio cómo la observábamos casi con descaro... intentamos disimular y, ¡mierda!, no se nos ocurrió otra cosa que "escondernos" detrás de una de aquellas columnas... jolines... ¡qué vergüenza me dio!
Quiero explicar para nuestro descargo, que estamos acostumbradas a ver a famosos, no es algo que nos sorprenda ni afecte pero, en aquella ocasión, fue la belleza de aquella mujer lo que nos dejó atontadas. Y es que, llevábamos tiempo viéndola en los medios con algo de sobrepeso, desaliñada... pero la imagen que nosotras tuvimos delante no tenía nada que ver con todo aquello.
La historia de España camina sobre la alfombra mágica de la monarquía pero personalmente, soy republicana aunque, por miedosa y cagueta, también soy "juancarlista".
¿Qué futuro nos estaría esperando si Felipe de Borbón y Grecia se hubiera casado con Isabel Sartorius?
Nunca lo sabremos pero a mi, Isabel Sartorius me ganó con su mirada...
Volvimos a casa dándole vueltas al ridículo que habíamos hecho, entre risas y carcajadas. Al menos, había servido para que se me esfumara durante unas cuantas horas todo el mal rollo que saqué de casa.
Los problemas no se resolvieron, más bien se complicaron.
Así es la vida... lloramos y reímos a intervalos de tiempo que miden con suspiros...
Queralt.
Nota: Si queréis ver la web de Isabel Sartorius con las fotos de los diseños de sus bolsos, pinchad aquí.

1 comentario:

  1. Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
    tirando todo al fuego: poemas incompletos,
    pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
    fotografías, besos guardados en un libro,
    renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
    soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
    y así atizo las llamas, y salto la fogata,
    y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
    ¿no es la felicidad lo que me exalta?

    Cuando salgo a la calle silbando alegremente
    --el pitillo en los labios, el alma disponible--
    y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
    mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
    las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
    desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
    y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
    salpican de alegría que así tiembla reciente,
    ¿no es la felicidad lo que siente?

    Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
    pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
    aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
    y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
    y no quiero pensar si podremos pagarlo;
    y cuando sin medida bebemos y charlamos,
    y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
    y lo somos quizá burlando así a la muerte,
    ¿no es felicidad lo que trasciende?

    Cuando me he despertado, permanezco tendido
    con el balcón abierto. Y amanece: las aves
    trinan su algarabía pagana lindamente:
    y debo levantarme, pero no me levanto;
    y veo, boca arriba, reflejada en el techo
    la ondulación del mar y el iris de su nácar,
    y sigo allí tendido, y nada importa nada,
    ¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
    ¿No es felicidad lo que amanece?

    Cuando voy al mercado, miro los abridores
    y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
    los higos rezumantes, las ciruelas caídas
    del árbol de la vida, con pecado sin duda
    pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
    regateo, consigo por fin una rebaja,
    mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
    y abre la vendedora sus ojos asombrados,
    ¿no es la felicidad lo que allí brota?

    Cuando puedo decir: el día ha terminado.
    Y con el día digo su trajín, su comercio,
    la busca del dinero, la lucha de los muertos.
    Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
    me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
    y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
    y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
    sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
    ¿no es la felicidad lo que me envuelve?

    Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
    me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
    "Estaba justamente pensando en ir a verte.
    " Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
    pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
    sino de cómo van las cosas en Jordania,
    de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
    y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
    ¿no es la felicidad lo que me vence?

    Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
    pasar por un camino que huele a madreselvas;
    beber con un amigo; charlar o bien callarse;
    sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
    mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
    ¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
    Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
    que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
    ¿no es la felicidad que no se vende?


    Gabriel Celaya

    Me gusta mucho este poema

    Visita mi blog, te extraño

    Un abrazo y un beso

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Sobre las autorías:

La mayoría de las fotos que ilustran este blog las he recogido en la red y son anónimas pero, si alguien se siente vulnerado en la autoría de alguna de ellas, no tiene más que decirlo y serán suprimidas o, se hará constar el nombre de su autor.