martes, 5 de mayo de 2015

Señoras y señores... Jesús Hermida...


Lo conocí, como todos los de aquella época, viéndolo en la tele. Reconocíamos su voz y nos deslumbraba con sus palabras, con sus gestos y sobre todo, con su dicción pausada y segura, enviada desde uno de los puntos del planeta que más nos atraía.
La llegada a la Luna, fue el lazo que, a los niños de mi generación, nos unió a él para siempre.
Yo acababa de llegar de un campamento y, aunque estaba cansada y necesitaba olvidar el saco de dormir y recuperar mi cama, me quedé con mi madre a ver cómo el hombre ponía por primera vez un pie en la Luna.
Era emocionante, como un capítulo de los libros de misterio y fantasía que tanto me gustaban.
Siempre pensé que, en el fondo, pocos se lo creían. Y muchos años después, resultó que así era...



Más adelante, después de su periodo en TVE Jesús Hermida se fue haciendo aún más cercano desde distintas televisiones privadas, descubriéndonos nuevas formas de preguntar y diferentes puestas en escena. Mi hija Marta estuvo con el colegio en uno de sus programas de la mañana, en el que trabaja entre otros, Toni Cantó. Se lo pasaron muy bien y enfocaron a Marta muchas veces. ¡No podéis imaginar las babas de mis padres viendo a su nieta en la tele! ¡En aquellos tiempos!



Nosotros nos íbamos todos los años a pasar las vacaciones de verano con mis suegros a La Azohía, donde tenían una tienda (la única), a la orillita del mar. Aunque para mí era más bien un sufrimiento que un placer pues, los que ya me conocéis, sabéis que no me gusta el sol, ni la playa, ni el calor. Pero, ¿qué no se hace cuando estás enamorada?
Un día, poco antes de la hora de comer, cuando la tienda estaba repleta de veraneantes, apareció Jesús Hermida por la puerta, en bañador, con camisa y peinándose...
Mi suegro era muy estricto con algunas cosas y, una de ellas, era que no consentía que entraras a la tienda chorreando agua y mucho menos... ¡peinándote! Y mi suegro tenía un carácter fuerte así que, durante unos minutos, la tensión se pudo cortar en el aire...
No sé cuánto tiempo estuvo Jesús Hermida dentro de la tienda, pero mi suegro lo criticó durante años, en su afán por la pulcritud de un establecimiento donde se vendía comida. Él era así, estricto, riguroso y buena persona.
Me lo encontré en varias ocasiones, pero en invierno y sólo, mirando al mar. Con esa mirada que decía: "¿Me ves, estoy aquí?" Sentado en la terraza del bar, disfrutando de la maravilla de atardeceres que la Naturaleza nos regala en aquél punto precioso de la costa.
Nunca le hablé, porque me daba la sensación de que estaba muy pagado de sí mismo, pero siempre me gustó su trabajo y, hay que reconocerle la capacidad que tenía para descubrir el talento. Aunque, me hubiera gustado saber qué pensaba, por ejemplo, de la carrera profesional de Mariló Montero, jejejeje.
Bueno, pues esa es mi experiencia con Jesús Hermida: breve. Sin embargo, pertenece a mi vida por derecho propio, por lo que me ofreció desde aquellas crónicas neoyorquinas: una puerta al mundo. Y por aquella emoción que compartí con mi madre y con miles de españoles un verano, cuando volví de un campamento y me quedé a ver cómo pisaba el hombre, por primera vez, la Luna.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/fue-noticia-en-el-archivo-de-rtve/cronicas-jesus-hermida-sobre-espacio-1970/535319/

Buen viaje de vuelta, Jesús Hermida...

Queralt Berga.


domingo, 12 de abril de 2015

Una noche agradable... y por allí andaba Rosa Montero...





Y aquí abajo, los dos juntos.


Una noche muy lejana, y de viernes para ser más precisa, mi marido y yo nos fuimos al cine.
Yo estaba empeñada en ver la película dirigida por Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez, titulada: "Cosas que diría con sólo mirarla" No recuerdo bien si era su ópera prima, pero creo que sí. En aquella época de mi vida, iba al cine sola y acompañada, varias veces a la semana.
Como nos fuimos con tiempo, entramos en un local de pinchos para cenar algo antes, sin prisas, porque ya teníamos las entradas en el bolsillo. Era un sitio de moda, muy espacioso, con muchas mesas y muchas fotos así que, también había mucha gente. Mientras esperábamos que nos sirvieran, me entretuve mirando por todos lados y, ¡oh! qué ilusión me hizo: tenían en un lugar preferente, un gran poster de Los Plens de La Patum del año anterior. Bueno, estaba siendo una noche agradable y aquello me lo confirmaba. 
En la mesa que teníamos de frente, se sentaron tres personas, una mujer y dos hombres. Los estuve observando porque los reconocí, pero no me venían a la cabeza sus nombres... se lo comenté a mi marido y él los miró, pero tampoco los recordaba. En aquél momento, yo sólo sabía que eran periodistas. ¡Ay que ver, que despiste he tenido toda la vida! Una cara no se me olvida pero los nombres...
Mientras cenábamos, mantuvimos una conversación llena de recuerdos y anécdotas y  nos reíamos pero, yo seguía dándole vueltas a la información que no encontraba. Hasta que llegó la hora del pase y, sintiéndome muy contrariada por mi falta de memoria, nos fuimos hacia el cine, dejando a las tres caras sin nombre, pagando su consumición. 
"Ya me acordaré", pensé.
Entramos en la sala, nos acomodamos en nuestras butacas y, cuando las luces empezaron a apagarse por fases y sólo quedaban los apliques de los lados, veo que se sientan dos filas más abajo, los tres conocidos periodistas. ¡Y yo que creía que no los volvería a ver!
La película me gustó, la verdad, y le presté mucha atención, pero no dejé de darle vueltas al coco buscando aquellos tres nombres que no querían ser pronunciados.
Nada, no había manera... por más que estrujaba mi memoria, no los recordaba.
Acabó la película y nos quedamos esperando a que la gente desalojara.
Me gusta leer hasta la última de las palabras de los títulos de crédito.
Otra de mis manías.
De repente me acordé: Rosa Montero, Pablo Lizcano y, el tercero, se me olvidó a los pocos días y nunca lo he vuelto a recordar.
Como no soy dada a los cotilleos ni compro revistas del hígado, tuvo que pasar mucho tiempo para que me enterara de que Rosa y Pablo eran pareja. Como ahora, que, buscando fotos, he sabido que Pablo Lizcano falleció hace ya algunos años, cosa que lamento.
No estuvo mal la noche.
Al final llegué a casa sabiendo a quién había visto.
Aunque me costó.

Queralt Berga.




martes, 2 de diciembre de 2014

De cuando estuve delante de Ridley Scott...



 Ridley Scott 

 Josh Hartnett

Un día, hace ya mucho tiempo, mis hijas y yo nos fuimos al cine. No recuerdo la película que vimos pero, como siempre, nos lo pasamos bien. Al salir, nos entretuvimos paseando por el complejo de ocio donde está ubicado el cine y, mientras curioseábamos entre los puestecillos de velas e inciensos, pulseras, carteras de piel, pendientes, collares y demás tentaciones, conversábamos entre nosotras. Entre muchos comentarios sin importancia, mi hija mayor me dijo que a una amiga suya y compañera de carrera, le gustaba mucho escribir y que sus relatos eran muy intensos y muy buenos. Yo le dije que si su amiga quería, podía venirse al taller de literatura al que yo iba. La llamó, hablaron y al final quedó con ella para presentármela. 
El lugar de encuentro, en el vestíbulo del cine así que, volvimos para esperarla y al entrar, nos dimos cuenta de que había mucha gente, más de la que suele haber cuando se desalojan las salas al acabar las proyecciones. Pasó un rato y de repente vimos que unas cuantas personas empezaron a extender unas largas alfombras rojas y colocaban un atril de metacrilato justo en el punto donde convergían todas ellas. Cada minuto que pasaba, nos llenaba de más intriga y curiosidad. La amiga de mi hija llegó cuando ya se había llenado el vestíbulo totalmente y allí nos quedamos todas juntas, a la expectativa, sin saber lo que iba a pasar. Mi hija nos presentó y entre todas mantuvimos una agradable conversación llena de risas.
Después de un buen rato y de tanto suspense trufado en la charla, alguien puso unos cartelones grandes junto al atril y, al fin, supimos de qué iba todo aquello: Black Hawk Down. Era la presentación de la película y aquél chico americano que le gustaba tanto a mi hija, estaba allí: Josh Hartnett, en persona, sonriendo tímidamente y, por supuesto, ella se fue de inmediato y muy emocionada a ver si conseguía acercarse al actor... nosotras nos quedamos allí, de pie, cada una fijándose en lo que le llamaba la atención y yo, concretamente, intentando averiguar quién era aquél hombre ya mayorcito, vestido de negro y con los pelos alborotados... cuando la presentadora del evento (muy famosa por aquellos días, pero no recuerdo su nombre), dijo quien era, me quedé estupefacta: el director de Alien estaba allí. No podía creerlo pero, Ridley Scott, estaba delante de mis ojos... ¡El director de Alien, el octavo pasajero! ¡Increíble! Mi hija volvió sin poder conseguir su objetivo y nos encontró tan impactadas como ella misma. Y allí estuvimos, hasta que se fueron y todo quedó desierto, sin carteles, sin alfombras, como si nada hubiera pasado. Pero los recuerdos siguen ahí, a pesar de los años transcurridos.
Ah, por cierto, la amiga de mi hijas sí vino al taller de literatura...


Queralt Berga.

viernes, 15 de marzo de 2013

Tony Ronald en el "entoldao"

Tony Ronald

Un día cualquiera de un verano lleno de moscas, mientras oía la radio y concretamente a Tony Ronald en los 40 Principales, me picó una puñetera avispa... fue al mover la tapa de madera del pozo, junto a los rosales... ¿por qué se me ocurrió acercarme al pozo y tocar la madera? Pues porque estaba obsesionada con que, a través de ella y en el momento más inesperado, aparecería una serpiente reptando y se escondería por entre las mil flores que mi madre cuidaba todas las mañanas. Por eso siempre estaba pendiente de que el pozo estuviera bien tapado. Lo había leído en alguno de los muchos libros que ya llevaba leídos. La serpiente, verde y sigilosa, esperaría a que estuviéramos cenando tranquilamente al aire libre para darnos el susto. Sin embargo, también podría ocurrir que a la serpiente se le ocurriera entrar por mi ventana y visitar mis sueños, pues mi habitación daba al patio.
Amoníaco, gritos, lloros y dedo hinchado. Dolor. Calor. Era verano.
Un año después, justo el mismo día de calor y moscas, estuve toda la tarde arreglándome para irme de fiesta. Primero había que recoger la cocina, claro. Ducha, sesión de maquillaje y tres horas para decidir qué me ponía... pantalones acampanados y top de tirantes o vestido largo escotado y con botones desabrochados hasta medio muslo... o tejanos con el polito blanco...
Mis amigas llegaron a buscarme a la hora prevista. Paqui me pidió que le retocara el maquillaje porque, al parecer, yo lo hacía mejor que ellas... siempre me tocaba perfilar ojos y colorear labios... y me gustaba...
Cuando salimos de casa ya oscurecía, pero yo tenía permiso paterno y materno para llegar tarde aquella noche. Eran las fiestas del pueblo y nosotras íbamos al "entoldao"
La ilusión que nos llevaba como en volandas era intensa. Nos esperaban cuatro chicos guapos, pero sobre todo muy modernos. De los que no le gustaban a mi padre. Uno de ellos ya era casi novio de Tere, la prima de Paqui. Las demás, andábamos queriendo...
La música nos acogió en la distancia con alegría y en la puerta, nuestros cuatro chicos, sonrientes y vestidos con pantalones acampanados y pelos muy largos. Besos en las mejillas y mariposas alborotando estómagos adolescentes.
El "entoldao" era una gran carpa donde se hacían los bailes con orquesta y tocaban los grupos modernos invitados al evento. Entramos todos juntos, muy juntos, pero solo a Tere la llevaban cogida por los hombros y las demás, envidiándola...
         

Empezamos a mover el esqueleto frenéticamente, pero sin perder de vista a "nuestros melenudos"
Al rato, desde el escenario anunciaron a Tony Ronald. Hubo gritos, pitidos y muchas palmas pidiendo que apareciera sin más tregua. El grupo colocó los instrumentos con parsimonia y los pitidos se hicieron más fuertes. Un minuto antes de que Tony Ronald saliera, las luces se volvieron locas y cambiaron de colores mil veces sin parar: Por fin estaba allí, frente a nosotros, con su melena y su mono blanco, con su acento extranjero, bailando y con el micrófono en la mano.
La noche fue preciosa. Me lo pasé muy bien.
Un año antes, aquél mismo día, me había picado una avispa. Y sabía que no me equivocaba porque era el cumpleaños de Tere, circunstancia que aprovechó "su chico" para pedirle si quería ser su novia formal. Finalmente se casaron.


Queralt Berga.

domingo, 17 de octubre de 2010

Chavela Vargas me sonrió...

Chavela Vargas

Un día, una amiga me invitó a ir al Teatro Español a ver una obra "especial" llamada Murmullos en el Páramo
En ella intervendría una amiga de su hermano llamada Fátima Miranda
Pero además, si todo salía como estaba previsto, Chavela Vargas cantaría una canción popular mexicana. Y así fue, cantó y el teatro aplaudió muchísimo y la ópera se desarrolló con sus sonidos fantásticos, evocadores, inquietantes, suaves, amenazantes...
La obra me gustó mucho, Fátima me impactó y Chavela, ¿qué puedo decir de Chavela?
Nos fuimos a la salida de los artistas, por la parte interior del teatro y allí nos quedamos con la esperanza de verlas a ambas...
El hermano de mi amiga nos presentó a Fátima, una mujer guapa y sofisticada y, finalmente, pasó ante nosotras Chavela Vargas... pequeñita, con el pelo corto y blanco, delicada, vestida de negro hasta en las gafas, sonriente, casi ciega... cuando estuvo a mi lado le dije sinceramente: "¡Guapa!" Ella se volvió a mí, sin verme estoy segura, y su sonrisa se hizo más grande.
Hacía tiempo que me lamentaba de no haber aprovechado el último concierto que Chavela había dado en Madrid. Pensaba, resignada, que no tendría más oportunidades para verla pero, la vida me regaló unos minutos junto a ella y además, pude oír en directo su vieja y cansada voz en un estribillo que no recuerdo pero, cuya imagen, sentada en uno de los palcos con un gran foco de luz sobre ella, nunca olvidaré.
Fátima Miranda, usando su voz tan especial...

Imagen de: Murmullos en el Páramo.

Puedo decir, que he conocido a Chavela Vargas... y que me sonrió al pasar...


Queralt.

martes, 17 de agosto de 2010

Paco de Lucía o el día que me operaron...



Descubrí a Paco de Lucía cuando él y yo llevábamos pantalones de campaña... bueno, vale, los llevábamos él, yo y todos los modernos, los progres, los melenudos como decía mi abuelo, los extranjeros como decía mi madre... en fin, más de medio mundo llevaba pantalones de campana y collares artesanales y muchas, muchas pulseras de diminutas cuentas de colorines... y pañuelos en la cabeza, y sandalias de piel marrón, y blusas largas casi siempre blancas con algún bordado y bolsos que parecían morrales (también lo decía mi abuelo)...
Me gustaba la imagen de Paco de Lucía y me gustaba "Entre dos aguas"
Los años fueron pasando, algunas veces despacio y otras a velocidad de vértigo pero fui siguiendo su carrera artística con cierta regularidad.
En mi pierna derecha, por debajo de la rodilla y hacia la parte externa, tenía un bulto no muy grande pero protuberante que atraía todos los bordes de las camas, todos los ángulos de sillas y sillones, etc., incluso no podía arrodillarme porque me molestaba bastante así que, el médico me aconsejó que me lo quitara pues, aunque era un tumor benigno de la piel, con tantas heridas provocadas por los golpes, en un corto espacio de tiempo podría darme problemas más serios.
Después de un largo proceso burocrático y protocolario, me citaron un día a una hora en la planta de cirugía de La Paz, seguramente el hospital universitario más famoso de todo Madrid y parte de España.
La mañana que me iban a extirpar "el botoncito mágico" (así lo llamábamos mis hijas y yo cuando ellas eran pequeñas), yo estaba nerviosa porque, sinceramente, soy bastante miedica aunque lo disimule muy bien...
Me hicieron esperar porque citaron a un montón de gente a intervalos muy cortos de tiempo. Unos salían con vendas en la cabeza, otros en la mano, en fin, que no hacían más que entrar y salir de los quirófanos.
Mientras recorría con la mirada cada una de las caras que esperaban conmigo, y saliendo de una estancia que parecía una oficina, vi a Paco de Lucía con el brazo escayolado desde la mano hasta más arriba del codo. Sonreía, pero se notaba que le dolía. Tenía toda la pinta de haber sido operado tiempo atrás y que había ido de revisión, o algo así. Desde la mesa alguien le hablaba así que él, estaba parado justo en la puerta y seguía sonriendo mientras contestaba cosas que yo no alcanzaba a oír, ni falta que hacía pues no me importaba en absoluto. Estuve observando la escena a lo lejos hasta que oí mi nombre por megafonía con todas las instrucciones: debía entrar en uno de los cuartuchos, quitarme toda la ropa, ponerme la bata de hospital, colocarme en los pies y en la cabeza zapatillas y gorro y seguir las flechas...
Entré a la zona de quirófanos y un celador me dio los buenos días. Menos mal... a los pocos minutos me dijo que me subiera a la camilla... y yo le pedí esperar hasta el último momento... él me dijo que bueno... yo respiré aliviada, como si aquello sirviera de algo... unos minutos después me dijo que a la camilla... yo miré para otro lado... él me pidió por favor que me subiera... yo quise entablar conversación con él para que se le olvidara... salió una enfermera con prisas... el celador me ordenó que me subiera a la camilla... yo le dije que se esperara... él me contestó que ni pensarlo... yo le dije que estaba nerviosa... él me contestó que, o me subía yo o me subía él... ¡me subí a la camilla!
Apenas un minuto después ya estaba tumbada boca arriba y con las manos de varias enfermeras tapándome con los trapos verdes de quirófano. Llegó el médico, me saludó sin mirarme, me pusieron varias inyecciones de anestesia repartidas por toda la pierna hasta medio muslo, me colocaron un artefacto parecido a una jaula sobre la pierna y más trapos verdes sobre el artilugio... el cirujano me preguntó que si me dolía, le dije que un poco... le pedí poder ver lo que me estaba haciendo y lo que me iba a hacer... me dijo que ni pensarlo y me explicó que la jaula era para evitar que algo me rozara pero sobre todo, para que yo no viera nada de nada... quise explicarle que me gusta el tema, que no me da miedo ni me desmayo, que mi único problema son los nervios previos... pero se puso a hablar con las cuatro o cinco personas que había allí con él sobre los problemas que tenían de organización e infraestructura... el cirujano se quejaba de lo rápido que tenía que hacerlo todo, una de las enfermeras se quejaba de lo complicado que era mantener limpios los quirófanos con tan poco tiempo entre operación y operación... de repente, grité un poquito... me dijo que no me preocupara que me ponía un poquito más de anestesia por ese lado... y yo pensé que seguramente era el único lado que no había sido inundado anteriormente... dejó de dolerme... me fijé en la superlámpara redonda que había sobre mí y me di cuenta de que se veía mi reflejo... busqué las manos del cirujano con la esperanza de ver el boquete que me habían hecho... y, mientras andaba en ello, la enfermera que me había preguntado varias veces si me encontraba bien me enseñó, a través del cristal de un frasco pequeño, una asquerosa cosa con el tamaño y la forma de un gajo de mandarina... el cirujano me dijo que no esperaba que fuera tan grande, que había sido una sorpresa y que el hueco que me iba a quedar en la pierna (temporalmente), sería mayor del que me habían dicho. También me dijo cuándo tenía que volver a la consulta para la primera cura y que, durante un mes no debía moverme para nada y tener siempre la pierna en alto. Incluso me advirtió de que, si tenía ganas de hacer pipí cinco veces al día, no me moviera más que una o como mucho dos. Y finalmente, antes de despedirse, me lo concretó aún más: "Cuando se levante, lo más tarde que pueda, se va directa al sofá y, cuando sea la hora de acostarse, lo antes posible, se va directa a la cama"
Bueno, después me vendaron y me dejaron mucho tiempo aparcada sobre la camilla en uno de los pasillos hasta que me pude poner de pié y mover la pierna.
Mientras esperaba poder salir de allí, me imaginé hablando con Paco de Lucía... y él me contaba cosas de sus viajes y de su música... y de por qué lo habían tenido que operar... creo que hasta me dormí... sería por los nervios que había pasado...
Algunas cosas de Paco de Lucía me sorprendieron, como fue su pelo alborotado y escaso, su apariencia casi anodina, y que me pareció más bajo de lo que siempre imaginé.
Mi pierna se recuperó después de la cura de varios puntos infectados y de varios meses sin poder moverme con normalidad. Los primeros diez días me dolió mucho, pero mucho...
Ahora, sólo queda una cicatriz, el ligero recuerdo de las molestias y la imagen de Paco de Lucía en mi memoria.
Queralt.

lunes, 26 de julio de 2010

Mi seísmo de magnitud 10 en la escala de Richter y Ángel Garó...

Ángel Garó.

Una noche, especial (y no sabía yo en aquél momento hasta qué punto lo era), en un restaurante de Madrid que recomiendo (La Sacristía), coincidí con Ángel Garó. Iba vestido de negro y cenaba discretamente con unos amigos. Me dí cuenta porque reconocí su risa.
Entre bocado y bocado de mi exquisio bacalao; entre sorbo y sorbo del delicioso vino, y entre miradas huidizas y empeños renovados, observé sus gestos y sus gracias... como queriendo evadirme del momento que vivía.
La verdad es que, mientras intentaba distraerme de mi propia realidad, yo notaba la locura del momento en el que mi vida me tenía atrapada... sí que lo sabía. Pero a la vez, no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Era y fue, una de las pocas cenas románticas que he tenido. Al menos, eso pretendí cuando hice la reserva...
Bebimos cava fresquito y charlamos con la dueña, una escultora reconocida llamada Alicia Huertas
Las cosas parecían normales pero no lo eran... todo estaba patas arriba, todo fuera de lugar, todo en estado caótico. No faltaron algunas risas, propias, no las de Ángel Garó; no faltaron las referencias a tiempos pasados... y tampoco faltaron los silencios.
Aquella noche, después de visto lo visto, podría definirse como el preludio de un gran terremoto. Porque, poco después, un seísmo de magnitud 10 en la escala de Richter casi me parte por la mitad...
Siento que Ángel Garó vaya asociado a mi vida desde aquél día, con recuerdos tan feos. Sobre todo, por lo mucho que me ha hecho sonreir...
Quiero volver a La Sacristía pero soy supersticiosa y, como los gatitos escaldados, huyo del agua fría. No creo que se me ocurra hacer otra reserva para pasar una velada romántica. Aunque ahora, creo que sí habría más motivos para hacerlo que aquél día.

Queralt.

Sobre las autorías:

La mayoría de las fotos que ilustran este blog las he recogido en la red y son anónimas pero, si alguien se siente vulnerado en la autoría de alguna de ellas, no tiene más que decirlo y serán suprimidas o, se hará constar el nombre de su autor.