domingo, 17 de octubre de 2010

Chavela Vargas me sonrió...

Chavela Vargas

Un día, una amiga me invitó a ir al Teatro Español a ver una obra "especial" llamada Murmullos en el Páramo
En ella intervendría una amiga de su hermano llamada Fátima Miranda
Pero además, si todo salía como estaba previsto, Chavela Vargas cantaría una canción popular mexicana. Y así fue, cantó y el teatro aplaudió muchísimo y la ópera se desarrolló con sus sonidos fantásticos, evocadores, inquietantes, suaves, amenazantes...
La obra me gustó mucho, Fátima me impactó y Chavela, ¿qué puedo decir de Chavela?
Nos fuimos a la salida de los artistas, por la parte interior del teatro y allí nos quedamos con la esperanza de verlas a ambas...
El hermano de mi amiga nos presentó a Fátima, una mujer guapa y sofisticada y, finalmente, pasó ante nosotras Chavela Vargas... pequeñita, con el pelo corto y blanco, delicada, vestida de negro hasta en las gafas, sonriente, casi ciega... cuando estuvo a mi lado le dije sinceramente: "¡Guapa!" Ella se volvió a mí, sin verme estoy segura, y su sonrisa se hizo más grande.
Hacía tiempo que me lamentaba de no haber aprovechado el último concierto que Chavela había dado en Madrid. Pensaba, resignada, que no tendría más oportunidades para verla pero, la vida me regaló unos minutos junto a ella y además, pude oír en directo su vieja y cansada voz en un estribillo que no recuerdo pero, cuya imagen, sentada en uno de los palcos con un gran foco de luz sobre ella, nunca olvidaré.
Fátima Miranda, usando su voz tan especial...

Imagen de: Murmullos en el Páramo.

Puedo decir, que he conocido a Chavela Vargas... y que me sonrió al pasar...


Queralt.

martes, 17 de agosto de 2010

Paco de Lucía o el día que me operaron...



Descubrí a Paco de Lucía cuando él y yo llevábamos pantalones de campaña... bueno, vale, los llevábamos él, yo y todos los modernos, los progres, los melenudos como decía mi abuelo, los extranjeros como decía mi madre... en fin, más de medio mundo llevaba pantalones de campana y collares artesanales y muchas, muchas pulseras de diminutas cuentas de colorines... y pañuelos en la cabeza, y sandalias de piel marrón, y blusas largas casi siempre blancas con algún bordado y bolsos que parecían morrales (también lo decía mi abuelo)...
Me gustaba la imagen de Paco de Lucía y me gustaba "Entre dos aguas"
Los años fueron pasando, algunas veces despacio y otras a velocidad de vértigo pero fui siguiendo su carrera artística con cierta regularidad.
En mi pierna derecha, por debajo de la rodilla y hacia la parte externa, tenía un bulto no muy grande pero protuberante que atraía todos los bordes de las camas, todos los ángulos de sillas y sillones, etc., incluso no podía arrodillarme porque me molestaba bastante así que, el médico me aconsejó que me lo quitara pues, aunque era un tumor benigno de la piel, con tantas heridas provocadas por los golpes, en un corto espacio de tiempo podría darme problemas más serios.
Después de un largo proceso burocrático y protocolario, me citaron un día a una hora en la planta de cirugía de La Paz, seguramente el hospital universitario más famoso de todo Madrid y parte de España.
La mañana que me iban a extirpar "el botoncito mágico" (así lo llamábamos mis hijas y yo cuando ellas eran pequeñas), yo estaba nerviosa porque, sinceramente, soy bastante miedica aunque lo disimule muy bien...
Me hicieron esperar porque citaron a un montón de gente a intervalos muy cortos de tiempo. Unos salían con vendas en la cabeza, otros en la mano, en fin, que no hacían más que entrar y salir de los quirófanos.
Mientras recorría con la mirada cada una de las caras que esperaban conmigo, y saliendo de una estancia que parecía una oficina, vi a Paco de Lucía con el brazo escayolado desde la mano hasta más arriba del codo. Sonreía, pero se notaba que le dolía. Tenía toda la pinta de haber sido operado tiempo atrás y que había ido de revisión, o algo así. Desde la mesa alguien le hablaba así que él, estaba parado justo en la puerta y seguía sonriendo mientras contestaba cosas que yo no alcanzaba a oír, ni falta que hacía pues no me importaba en absoluto. Estuve observando la escena a lo lejos hasta que oí mi nombre por megafonía con todas las instrucciones: debía entrar en uno de los cuartuchos, quitarme toda la ropa, ponerme la bata de hospital, colocarme en los pies y en la cabeza zapatillas y gorro y seguir las flechas...
Entré a la zona de quirófanos y un celador me dio los buenos días. Menos mal... a los pocos minutos me dijo que me subiera a la camilla... y yo le pedí esperar hasta el último momento... él me dijo que bueno... yo respiré aliviada, como si aquello sirviera de algo... unos minutos después me dijo que a la camilla... yo miré para otro lado... él me pidió por favor que me subiera... yo quise entablar conversación con él para que se le olvidara... salió una enfermera con prisas... el celador me ordenó que me subiera a la camilla... yo le dije que se esperara... él me contestó que ni pensarlo... yo le dije que estaba nerviosa... él me contestó que, o me subía yo o me subía él... ¡me subí a la camilla!
Apenas un minuto después ya estaba tumbada boca arriba y con las manos de varias enfermeras tapándome con los trapos verdes de quirófano. Llegó el médico, me saludó sin mirarme, me pusieron varias inyecciones de anestesia repartidas por toda la pierna hasta medio muslo, me colocaron un artefacto parecido a una jaula sobre la pierna y más trapos verdes sobre el artilugio... el cirujano me preguntó que si me dolía, le dije que un poco... le pedí poder ver lo que me estaba haciendo y lo que me iba a hacer... me dijo que ni pensarlo y me explicó que la jaula era para evitar que algo me rozara pero sobre todo, para que yo no viera nada de nada... quise explicarle que me gusta el tema, que no me da miedo ni me desmayo, que mi único problema son los nervios previos... pero se puso a hablar con las cuatro o cinco personas que había allí con él sobre los problemas que tenían de organización e infraestructura... el cirujano se quejaba de lo rápido que tenía que hacerlo todo, una de las enfermeras se quejaba de lo complicado que era mantener limpios los quirófanos con tan poco tiempo entre operación y operación... de repente, grité un poquito... me dijo que no me preocupara que me ponía un poquito más de anestesia por ese lado... y yo pensé que seguramente era el único lado que no había sido inundado anteriormente... dejó de dolerme... me fijé en la superlámpara redonda que había sobre mí y me di cuenta de que se veía mi reflejo... busqué las manos del cirujano con la esperanza de ver el boquete que me habían hecho... y, mientras andaba en ello, la enfermera que me había preguntado varias veces si me encontraba bien me enseñó, a través del cristal de un frasco pequeño, una asquerosa cosa con el tamaño y la forma de un gajo de mandarina... el cirujano me dijo que no esperaba que fuera tan grande, que había sido una sorpresa y que el hueco que me iba a quedar en la pierna (temporalmente), sería mayor del que me habían dicho. También me dijo cuándo tenía que volver a la consulta para la primera cura y que, durante un mes no debía moverme para nada y tener siempre la pierna en alto. Incluso me advirtió de que, si tenía ganas de hacer pipí cinco veces al día, no me moviera más que una o como mucho dos. Y finalmente, antes de despedirse, me lo concretó aún más: "Cuando se levante, lo más tarde que pueda, se va directa al sofá y, cuando sea la hora de acostarse, lo antes posible, se va directa a la cama"
Bueno, después me vendaron y me dejaron mucho tiempo aparcada sobre la camilla en uno de los pasillos hasta que me pude poner de pié y mover la pierna.
Mientras esperaba poder salir de allí, me imaginé hablando con Paco de Lucía... y él me contaba cosas de sus viajes y de su música... y de por qué lo habían tenido que operar... creo que hasta me dormí... sería por los nervios que había pasado...
Algunas cosas de Paco de Lucía me sorprendieron, como fue su pelo alborotado y escaso, su apariencia casi anodina, y que me pareció más bajo de lo que siempre imaginé.
Mi pierna se recuperó después de la cura de varios puntos infectados y de varios meses sin poder moverme con normalidad. Los primeros diez días me dolió mucho, pero mucho...
Ahora, sólo queda una cicatriz, el ligero recuerdo de las molestias y la imagen de Paco de Lucía en mi memoria.
Queralt.

lunes, 26 de julio de 2010

Mi seísmo de magnitud 10 en la escala de Richter y Ángel Garó...

Ángel Garó.

Una noche, especial (y no sabía yo en aquél momento hasta qué punto lo era), en un restaurante de Madrid que recomiendo (La Sacristía), coincidí con Ángel Garó. Iba vestido de negro y cenaba discretamente con unos amigos. Me dí cuenta porque reconocí su risa.
Entre bocado y bocado de mi exquisio bacalao; entre sorbo y sorbo del delicioso vino, y entre miradas huidizas y empeños renovados, observé sus gestos y sus gracias... como queriendo evadirme del momento que vivía.
La verdad es que, mientras intentaba distraerme de mi propia realidad, yo notaba la locura del momento en el que mi vida me tenía atrapada... sí que lo sabía. Pero a la vez, no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Era y fue, una de las pocas cenas románticas que he tenido. Al menos, eso pretendí cuando hice la reserva...
Bebimos cava fresquito y charlamos con la dueña, una escultora reconocida llamada Alicia Huertas
Las cosas parecían normales pero no lo eran... todo estaba patas arriba, todo fuera de lugar, todo en estado caótico. No faltaron algunas risas, propias, no las de Ángel Garó; no faltaron las referencias a tiempos pasados... y tampoco faltaron los silencios.
Aquella noche, después de visto lo visto, podría definirse como el preludio de un gran terremoto. Porque, poco después, un seísmo de magnitud 10 en la escala de Richter casi me parte por la mitad...
Siento que Ángel Garó vaya asociado a mi vida desde aquél día, con recuerdos tan feos. Sobre todo, por lo mucho que me ha hecho sonreir...
Quiero volver a La Sacristía pero soy supersticiosa y, como los gatitos escaldados, huyo del agua fría. No creo que se me ocurra hacer otra reserva para pasar una velada romántica. Aunque ahora, creo que sí habría más motivos para hacerlo que aquél día.

Queralt.

viernes, 9 de julio de 2010

La noche que cené con Pepe Viyuela...


Hace algunos años, mi amigo Luís, tenía prevista una actuación benéfica para un proyecto solidario que ya no recuerdo... lo solía hacer en fiestas y eventos especiales. Él, se vestía de Charlot e, impecablemente caracterizado, parecía el mismísimo Charles Chaplin. Arropado por la música de Candilejas, se ponía en el centro del escenario y, con su sombrero y su bastón, y con la tristeza dibujada en su maquillada cara, se movía con la misma gracia y sencillez que lo hacía Charlot. Habitualmente le acompañaba su hija Sara, vestida con tutu y personificando la sensibilidad más delicada y volátil que pueda imaginarse. En la actuación, quedaba de manifiesto la tristeza del hombre maduro y el amor de la bailarina... como en Candilejas.
Sara, bailaba dulcemente alrededor de su padre bajo el foco de luz blanca... él, copiaba las muecas del personaje que representaba. Y lo hacía sin exagerar, comedido, como si de verdad sintiera lo que quería transmitirnos.
Cuando las notas dejaban de sonar, los gestos cesaban y los aplausos rompían el aire.
La vocación de Sara ha sido el baile pero dolorosas lesiones la apartaron de su gran sueño. Un sueño que su familia compartía con ella y, concretamente su padre, mi amigo Luís, durante años se pasó horas y horas esperándola cada tarde a las puertas de la escuela a la que iba, en el centro de Madrid. Y su madre, le ha cosido los vestidos más bonitos.
El día al que me quiero referir, era un día cualquiera en la vida de cualquier persona. La actuación estaba prevista en un famoso restaurante, antes o después de la cena, no lo recuerdo, pero Sara no podía actuar y nadie quería cancelarla así que, surgió la idea de que mi hija Nuria le acompañara pues, desde hacía años, también hacía ballet. No tuvieron tiempo para ensayar pero Luís tenía tanta energía que su entusiamo te contagiaba y, enseguida, confiabas en sus palabras y en su optimismo. Nuria se dejó llevar... y bailó con él... y, sin llegar a la compenetración que tenía con su hija, Luís consiguió con su cariño que Nuria transmitiera en su misma onda...
Los aplausos sonaron y llegó la calma.
Pepe Viyuela, comprometido también con las buenas causas, había estado junto a nosotros toda la noche, mostrándose amable y simpático. Saludó y felicitó a Luís y también a Nuria y, cuando mi hija le pidió un autógrafo, fue muy cariñoso con ella y la animó a seguir bailando.
La noche avanzó. No recuerdo lo que cenámos pero, después del café, nos fuimos a casa.
Nuria ya no baila, se quedó con unas zapatillas de punta sin estrenar... y Luís, ya no está... pero a ella le ha quedado esa emoción compartida, en el mismo centro de su corazón... lo sé, porque me lo ha dicho, y so sólo porque sea mi hija y la conozca.



Queralt.

jueves, 10 de junio de 2010

Mi encuentro con José Luís López Vazquez...

Era una tarde cualquiera, cuando casi no hacía frío, pero aún no hacía calor. Salía del dentista, después de haber pasado la mañana en el Corte Inglés. Había sido un día amable. Subía la Castellana, sóla y bañándome en mis propios pensamientos... porque siempre tenemos cosas en la cabeza y en el corazón que nos hacen dar vueltas y vueltas, y más vueltas, buscando una explicación, una respuesta, una solución... pero aquella tarde suave, la estaba dedicando a soñar, a fantasear, a regodearme en ilusiones que tal vez no llegaran a ser más que espejismos... pero no me importaba, lo sabía y aún así, me dejaba llevar...
Siempre me ha gustado soñar y, los sueños más bonitos, siempre son los que se sueñan despierta.
En ello estaba cuando, al llegar a la altura de un edificio muy alto donde se encuentra, desde hace muchos años, uno de esos locales donde la gente va a jugarse el dinero, vi a José Luís López Vazquez. Estaba parado delante de un semáforo. Muy bajito, muy mayor, aparentemente muy débil. Llevaba un sombrero, ropa oscura y unos zapatos que destacaban porque parececían muy grandes. Andaba tórpemente. Mirando hacia los lados, pero sin posar los ojos en nada. Me puse junto a él, pensando que quizás necesitara ayuda. El semáforo se puso en verde y nos dispusimos a cruzar el lateral de la Castellana. Me sorprendió su rápida reacción y sus pasos decididos. Le seguí hasta que él se paró en la barandilla que da al edificio que os he dicho, echando el ojo desde arriba, pendiente de algo que no supe descubrir. En una de las ocasiones que volvió la cabeza buscando ése algo que nunca supe ni sabré, me decidí a hablarle. Y le saludé, y le dije lo mucho que le admiraba... y él me sonreía con esa sonrisa suya tan peculiar, dándome las gracias pero, mirando a través mío... empeñado en encontrar algo...
José Luís López Vazquez era ya, un hombre muy mayor y algo torpe, parecía como si de un momento a otro se fuera a dar de bruces contra el suelo. Pero también era uno de mis referentes de la infancia y adolescencia pues, contrariamente a lo que pensaba de la mayoría de los actores y actrices españoles de aquella época, él siempre me gustó.
Lo dejé allí, inmerso en su afán. Buscando su pérdida... fuera lo que fuera o quien fuese. Y yo seguí mi camino, con un motivo más para fomentar mi emoción. Él nunca supo la alegría que me proporcionó... estaba acostumbrado.
Un tiempo después, no mucho, saltó a la prensa que José Luís López Vazquez había muerto.
Me acordé de aquella tarde, me acordé de todo lo que inundaba mi mente en el momento que lo vi y sobre todo, me acordé de la ilusión con la que llegué a casa después de saludarle y disfrutar de su amable sonrisa.
¡Va por tí!
Queralt.

viernes, 28 de mayo de 2010

Pepe Sancho... aquéllos años...







Hoy, quiero hablar de Pepe Sancho
Lo conocí cuando llegué a Madrid. Estaba embarazada de mi hija mayor y él, era mi vecino.
La primera vez que lo ví, me quedé absolutamente impresionada por lo guapo que era. Representaba el icono de belleza varonil, al menos para mi, claro. Pero, humildemente os diré que, a él, le pasó lo mismo conmigo. Nos quedamos los dos enganchados a la mirada del otro... y pude sentir la admiración recíproca.
Pepe Sancho era guapo como ya he dicho, famoso por la serie Curro Jiménez y muy, muy moreno. Y sus dientes blanquísimos. Y una sonrisa preciosa, cautivadora... sin embargo, las miradas que compartimos durante aquellos meses, fueron serias y profundas. Con los ojos fijos en los ojos y alguna vez, frenados en los labios...
Compraba sus filetes en la carnicería que teníamos junto al portal. Y yo también. Pero no era por casualidad la verdad, porque la carne que allí vendían era de muy buena calidad. Coincidimos varias veces, pero nunca me habó y nunca le hablé. Cuando yo entraba y estaba él, le decía al carnicero amablemente que me atendiera y, el carnicero, así lo hacía. Mientras, él me miraba serio, callado, observando... y yo me ponía nerviosa... pero creo que no se me notaba.
Cuando nos veíamos a lo lejos, siempre había una mirada para mí. Fugaz pero intensa.
Mi marido nunca supo que, aquél famoso, un día admiró a su mujer. ¿Para qué?
La experiencia fue bonita e inocente.
Mi barriguilla fue creciendo, me fui a Berga y nació mi hija.
Ya no lo volví a ver.
Y nunca me atreví a preguntarle a la portera si él, se había marchado.
¡Ay! ¡Qué tiempos aquellos!
¡Nunca volverán!
Queralt.

miércoles, 17 de marzo de 2010

De lo que aconteció con Tita Cervera...


Tita Cervera
(En ésta biografía, falta su matrimonio con Espartaco Santoni.)
En la ciudad donde vivo desde hace más de treinta años, al norte de Madrid, disfrutábamos de un gobierno municipal de izquieras que se prolongó durante más de veinte años y que nos llevó, casi sin darnos cuenta, a la vanguardia de muchas cosas. Empezamos a tener asociaciones, a tener parques, a poder hablar líbremente con el alcalde, a reivindicar en fin, cosas que en aquellos momentos eran importantes. Fue una etapa muy buena, tan buena, que los PPeros hoy están todavía, cobrando réditos de aquello...
Teníamos una Casa de la Cultura como pocas y, por supuesto, el espacio se podía ocupar con cualquier tipo de actividad que los ciudadanos promovieran.
Mis dos amigas catalanas y yo quisimos crear una asociación parecida lo más posible al Círculo Catalán en Madrid. Sabíamos que era difícil, por eso nos dispusimos a la caza de empresas o personas que quisieran subvencionar nuestra idea. Hacíamos las reuniones un día a la semana en la Casa de la Cultura y allí nos quedábamos durante dos horas, hablando, elucubrando, soñando y sobre todo, esperando que gente nueva apareciera y se uniera a nosotras. Poco a poco, conseguimos un grupito de personas simpáticas y dispuestas a ayudar en lo que fuera. Nuestra convocatoria semanal estaba abierta a cualquiera que sintiera la cercanía de Catalunya en algún aspecto y no necesariamente por ser catalán.
Un día, en la Casa de la Cultura aparecieron seguratas de 4x4 bien trajeados y llenando la calle de coches y curiosos. No sabíamos qué estaba pasando así que, nos dispusimos a cotillear desde el primer piso, apoyadas en una barandilla que a su vez daba al patio común, antesala del gran salón de actos que, con las puertas abiertas, nos mostraba una decoración seria con luces suaves, un piano en un lateral y un montón de camareros y camareras de punta en blanco.
Desde nuestra atalaya, vimos cómo entraban el alcalde, algunos concejales, el director de la revista local (con el que había hablado por teléfono varias veces porque publicó algunos de mis relatos), etc., hasta que por fin, vimos aparecer al Barón y a la Baronesa.
Nos quedámos atónitas. Lo menos que nos habría pasado por la cabeza aquella tarde era ver a una de las parejas de moda de aquél momento... pero pasó. Y, con las ocurrencias que nos caracterizaban a Mª Dolores y a mí en aquella etapa de nuestras vidas, pensamos que podíamos intentar conseguir la ayuda de Tita Cervera, ya que era catalana y era rica...
Yo soy tímida, y antes mucho más así que, fue mi amiga la que me ayudó a decidirme. Primero para bajar las escaleras... después para entrar en el salón de actos... allí me encontré con el director de la revista local y me atreví a presentarme... nos ofrecieron un vino, tomé la copa y departí con el periodista... aquello me hizo sentir más confiada y preparada para el momento que estaba viviendo... los corrillos de gente se movían... apareció el alcalde y, como a mí la política y los políticos nunca me han intimidado, ahí que me lanzo para decirle lo que pretendíamos... Mª Dolores no se lo esperzaba y la dejé sorprendida... jejejeje...
Al Alcalde le pareció buena idea nuestra iniciativa así que, cuando se movió el siguiente grupo y llegaron los barones a saludar, allá que les estampamos la petición...
La baronesa dijo algunas palabras en catalán y nos aseguró que, en realidad, la catalana era su madre y no recuerdo bien si dijo que, por causa de nacimiento o porque siempre había vivido allí, o por ambas cosas... no como ella que, según sus propias palabras, en realidad no había vivido mucho en Catalunya.
El barón le preguntaba cosas en inglés y ella le contestaba sonriente también en inglés. Él también sonreía, en realidad no hacía mucho más... aunque se intesó por algunos detalles en concreto. Estuvimos durante un ratito hablando de lo importante que era hacer nuevas cosas y luchar por ellas.
La baronesa nos ofreció ayuda. Nos dijo que le redactáramos un proyecto (ya lo teníamos) y se lo lleváramos a su casa. Lo hicimos, le llevámos con mucha ilusión todo un dosier de información a través de un miembro del grupo y, cuando llegó al punto exacto de La Moraleja donde Tita Cervera vivía (y vive, supongo), llamó al timbre, le abrió una persona, rocogió lo que Josep le dio y cerró la puerta. El compañero se quedó abrumado a pesar de lo poco que vio... ¡no llegó a ver ni la casa! "Aquello" era inmenso... por eso no la pudo ver.
Y... hasta hoy.
Y han pasado muuuuuuuuuuuuuchos años...
La asociación, tal como la habíamos pensado nosotras no duró mucho tiempo. Después derivó con subvenciones de La Casa de la Juventud por otros derroteros y nosotras sólo pudimos ser miembros honoríficos. Vivió unos años, mientras el amigo Josep pudo dirigirla.
Recuerdo que me quedé muy impresionada de lo guapa que era Carmen Cervera pero sobre todo por su altura, mucho más de lo que me esperaba. Iba muy bien vestida (no como ahora), muy bien peinada (no como ahora) y muy bien maquillada (no como ahora). Atendía a todo el mundo con una bonita sonrisa y aparentaba sencillez. El barón, también muy alto, era más feo aún de lo que me imaginaba y, nunca olvidaré, su mirada perdida y su actitud no muy bien disimulada de: "¡No me entero de nada!"
No recuerdo el día, pero todo lo que os he contado ocurrió hace muchos años... mi amiga, muy querida y con la que compartí muchas cosas, buenas y malas, ya no está con nosotros. Un cáncer se la llevó. El Barón tampoco vive y Tita Cervera, no parece la misma persona. El alcalde de aquellos días, hombre que hizo mucho por este municipio, ha sido "apartado" de la política con malas artes por algunos de sus compañeros, negándosele el reconocimiento que tanto merece, en mi opinión. La Casa de la Cultura no existe, en su lugar, están a punto de inaugurar un mamotreto de semejante calibre que, estoy segura, que desde alguno de los satélites que circulan por la órbita terrestre, se podría ver...
Yo sigo aquí... de momento.
La vida es inexorable.
Queralt.

domingo, 10 de enero de 2010

Isabel Sartorius.

Isabel Sartorius

Un día de verano de hace pocos años, con mucho calor y bastantes ganas de coger las de "villadiego", mis dos hijas y yo decidimos comer en El Corte Inglés y después hacer algunas compras. Mis ánimos no eran muy buenos, pero intentábamos pasarlo bien y hacer chistes de todo para reírnos lo más posible...
Como mi cabeza se movía alrededor de un mismo tema, nada agradable y muy estresante, acabé contagiandoles mi cabreo, inquietud, decepción y pesimismo. Durante un rato, sólo nos faltó pincharnos los ojos unas a otras... pero al fin me di cuenta de que, por más que me amargara en mi propia mierda, no conseguiría resolver aquello que me hacía sufrir. No, en aquél momento no y posiblemente, en ninguno. El tiempo lo diría.
¿Por qué el ser humano se complica la vida con tanta facilidad?
¿Por qué nos agarramos a las cosas y a las personas para no perder una seguridad que en realidad no lo es?
¿Por qué algunos nos sentimos tan apegados al cariño y a la lealtad?
¿Por qué los corazones no pueden respirar con frialdad?
¿Por qué nuestra piel necesita que le expresen suavidad?
Lo que llevamos dentro es todo lo que necesitamos para vivir en paz.
¿Por qué tardamos tanto tiempo en darnos cuenta?
No recuerdo lo que comimos, pero sí que la tarde fue más amable.
Llevábamos varias bolsas cada una de nosotras y ya estábamos cansadas de dar vueltas y subir y bajar escaleras mecánicas. Menos mal que allí dentro se estaba fresquita...
Para acabar con la excursión dentro de ese mundo que es El Corte Inglés de Castellana (para aquellos que no lo conozcan os diré que es el que está justo al lado del edificio Windsor , el que se quemó tan espectacularmente), nos fuimos a ver la ropa de hogar.
En ese momento, se me ocurrió mirar hacia mi derecha, quizás porque "algo" me llamó la atención. Y la vi. Juro que me quedé impactada. Mis hijas siguieron mi mirada y, cuando me dí cuenta, estaban tan embobadas como yo.
Una mujer guapa, muy alta, con buen tipo, rubia muy rubia, con una sonrisa preciosa. Bien vestida, por supuesto y, para colmo de mi siempre compañera discreción, nos vio cómo la observábamos casi con descaro... intentamos disimular y, ¡mierda!, no se nos ocurrió otra cosa que "escondernos" detrás de una de aquellas columnas... jolines... ¡qué vergüenza me dio!
Quiero explicar para nuestro descargo, que estamos acostumbradas a ver a famosos, no es algo que nos sorprenda ni afecte pero, en aquella ocasión, fue la belleza de aquella mujer lo que nos dejó atontadas. Y es que, llevábamos tiempo viéndola en los medios con algo de sobrepeso, desaliñada... pero la imagen que nosotras tuvimos delante no tenía nada que ver con todo aquello.
La historia de España camina sobre la alfombra mágica de la monarquía pero personalmente, soy republicana aunque, por miedosa y cagueta, también soy "juancarlista".
¿Qué futuro nos estaría esperando si Felipe de Borbón y Grecia se hubiera casado con Isabel Sartorius?
Nunca lo sabremos pero a mi, Isabel Sartorius me ganó con su mirada...
Volvimos a casa dándole vueltas al ridículo que habíamos hecho, entre risas y carcajadas. Al menos, había servido para que se me esfumara durante unas cuantas horas todo el mal rollo que saqué de casa.
Los problemas no se resolvieron, más bien se complicaron.
Así es la vida... lloramos y reímos a intervalos de tiempo que miden con suspiros...
Queralt.
Nota: Si queréis ver la web de Isabel Sartorius con las fotos de los diseños de sus bolsos, pinchad aquí.

Sobre las autorías:

La mayoría de las fotos que ilustran este blog las he recogido en la red y son anónimas pero, si alguien se siente vulnerado en la autoría de alguna de ellas, no tiene más que decirlo y serán suprimidas o, se hará constar el nombre de su autor.