Una noche, especial (y no sabía yo en aquél momento hasta qué punto lo era), en un restaurante de Madrid que recomiendo (La Sacristía), coincidí con Ángel Garó. Iba vestido de negro y cenaba discretamente con unos amigos. Me dí cuenta porque reconocí su risa.
Entre bocado y bocado de mi exquisio bacalao; entre sorbo y sorbo del delicioso vino, y entre miradas huidizas y empeños renovados, observé sus gestos y sus gracias... como queriendo evadirme del momento que vivía.
La verdad es que, mientras intentaba distraerme de mi propia realidad, yo notaba la locura del momento en el que mi vida me tenía atrapada... sí que lo sabía. Pero a la vez, no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Era y fue, una de las pocas cenas románticas que he tenido. Al menos, eso pretendí cuando hice la reserva...
Bebimos cava fresquito y charlamos con la dueña, una escultora reconocida llamada Alicia Huertas
Las cosas parecían normales pero no lo eran... todo estaba patas arriba, todo fuera de lugar, todo en estado caótico. No faltaron algunas risas, propias, no las de Ángel Garó; no faltaron las referencias a tiempos pasados... y tampoco faltaron los silencios.
Aquella noche, después de visto lo visto, podría definirse como el preludio de un gran terremoto. Porque, poco después, un seísmo de magnitud 10 en la escala de Richter casi me parte por la mitad...
Siento que Ángel Garó vaya asociado a mi vida desde aquél día, con recuerdos tan feos. Sobre todo, por lo mucho que me ha hecho sonreir...
Quiero volver a La Sacristía pero soy supersticiosa y, como los gatitos escaldados, huyo del agua fría. No creo que se me ocurra hacer otra reserva para pasar una velada romántica. Aunque ahora, creo que sí habría más motivos para hacerlo que aquél día.
Queralt.
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